KUNUK Y AARLUK, LA GRAN ORCA

Era una hermosa mañana de primavera en Nunavut,
la tierra de los inuik en el norte de Canadá, cuando
el joven inuk Kunuk y su padre el gran cazador Ituko
salieron al mar exterior, a la caza de las morsas, en sus
kayaks.





























Era mediodía, cuando padre e hijo llegaron a un canal
rodeado de grandes y altos icebergs. Todo el mundo sabe
que no se puede cazar de noche, porque Amarok, el espíritu
del lobo, devora a quien se atreve a hacerlo.

De pronto, Aarluk, la gran orca, emergió del agua con un 
enorme salto y mirándoles fijamente volvió a sumergirse
en las gélidas aguas.
Todo había sucedido en breves minutos. Los dos inuik, 
empapados hasta los huesos y aun no recuperados de la sorpresa, 
pero contentos por conservar sus vidas, rezaron una plegaria a
Qailertetang, protectora de los pescadores y cazadores por 
haberlos salvados.

-Aarluk, nos ha perdonado padre.

-Así es hijo. El es justo y sabe que Ituko y su tribu, siempre
 han  respetado a todos los animales del reino de los hielos.

Cuando regresaron a la aldea, toda la tribu fue reunida por
el chamán, en la gran casa  de musgo y piedra, para escuchar
atenta lo que los dos cazadores  tenían que contar.
Poco a poco, Ituko, contó a la audiencia, entre murmullos 
de admiración, la fantástica aventura que padre e hijo habían
protagonizado. Los asistentes, al termino del relato,
regresaron a sus tiendas intercambiando apasionados comentarios.

Aquella noche, Kunuk tomó una decisión: iría a ver a Aarluk,
el señor de las orcas, para que le permitiera cazar en sus dominios.
Apenas durmió. Extrañas pesadillas, de gigantescas orcas de
enormes dientes, golpeaban su mente.

Al día siguiente, el joven inuk, se dirigió con paso firme, hacia el 
borde del glacial que se hallaba no muy lejos de la aldea.
El mar salpicaba de espuma el duro hielo mientras kunuk, dando
fuertes gritos, llamaba la atención de Aarluk.

Ya perdía la esperanza, cuando una gran cabeza de piel negra 
y reluciente, emergió de las aguas color esmeralda.
Apenas recuperado de la impresión, el muchacho recuperó el habla:

- Gran Aarluk, he venido para pedirte que permitas a mi tribu cazar morsas
  en tu reino de mar y hielo.

A continuación, un suave sonido envolvió el cerebro del inuk:

-Tikilluarit (bienvenido) buen Kunuk, soy Arferut Kigutai (diente de ballena),
 señor del clan de las orcas del Iluliaq. Ya sé que tu tribu respeta las almas
 de los habitantes del Gran Norte. Por eso he decidido ayudarte. Ven,
 sube a mi lomo, agárrate a mi aleta con fuerza e iremos a un lugar llamado
 Anori Aput (viento de nieve).

A varios kilómetros del lugar, un trineo tirado por agotados huskys, perros árticos,
atravesaba la llanura helada en busca del joven inuk.
Ituko, frenó los perros y oteó el horizonte en busca de alguna señal de su hijo.
Estaba muy preocupado. Kunuk ya hacía varias horas que había desaparecido
y muchos eran los peligros que existian en el páramo helado.

-Yo sé donde está tu hijo, gran cazador.

Resonó una ronca voz en el cerebro del jefe inuk.

- Nanuk, señor de los hielos, ¿de verdad lo sabes?.

- Nada se escapa a mi aguda vista. Se encuentra en  Anori Aput, en compañía
  del señor de las orcas del clan  Iluliaq. Deja tu trineo y sígueme.

El gran oso blanco con un breve gesto de su enorme garra, indicó a Ituko que
le acompañara. Habían caminado varios kilómetros cuando Nanuk, con una
inclinación de su majestuosa cabeza, señaló una enorme gruta en un iceberg
lejano.

-Gracias, padre oso, prometo traerte la mejor morsa que pueda cazar para
 alimentar a tus pequeños.

Y dirigiéndose hacia la gran caverna se despidió con un movimiento de su mano,
mientras la figura de Nanuk se perdía en el horizonte.

Cuando pasó al otro lado de la gruta, el espectáculo que se abrió ante los
asombrados ojos del jefe de los inuik de Nunavut, fue de una belleza radiante.
Atravesando un laberinto de hielo, donde los rayos de un sol mortecino convertía
el iceberg en una sinfonía de mágicos colores, se encontró con un numeroso
rebaño de aivik (morsa) retozando entre el hielo y las frías aguas.


- ¡Padre, ya has llegado!. Sabía que me encontrarías.

-Kunuk, hijo mío, que alegría encontrarte vivo.
Exclamó Ituko, mientras abrazaba con ternura y satisfacción a su hijo.

- Nunca he estado en peligro padre, Arferut Kigutai me ha protegido en todo
  momento de cualquier peligro y además nos permitirá  cazar morsas en su
  territorio.

Y de esta forma, nunca faltó comida para los inuik de Ituko y Kunuk. El
respeto entre todos y el amor a la naturaleza que nos rodea, nos hace que el
ciclo de la vida no se rompa nunca. Esta es una enseñanza que Kunuk, el
joven inuk de Nunavut, nunca olvidó.


(Los nombres que no están en español están en el idioma inuik)

JAVIER SÁNCHEZ













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